Azules plateados
Bruno & Mista
Fanfic de Vento Aureo, JoJo parte 5
Entrada en español
(inglés)
1. Lookin' back on how it was in years gone by
A otros gángsters no les agradaba que sus territorios fueran «invadidos», pero, Buccellati no tenía demasiadas ideas de en dónde podría encontrar al más reciente integrante de su equipo. Recordó, antes de darse por vencido, que una noche lo oyó mencionar el nombre de cierto bar, un buen sitio, que inconvenientemente se hallaba en el límite externo de su zona protegida.
El mozo en la entrada de aquél bar lo recibió con una sonrisa, ofreciéndo además a guardar su abrigo, pero era ya tarde y Bruno no podía estar seguro de que algún otro miembro de Passione no estuviese vigilándolo en la oscuridad, así que declinó. Aunque resultaba extraño ser recibido de tan buena manera, por lo cual supuso que los encargados de aquella zona no estarían haciendo el mejor de los trabajos.
Aflojó su bufanda cuando sintió el calor que hacía en el interior del lugar y, entonces, vio una mano elevarse con entusiasmo unos metros frente a él. Un saludo, invitándolo a acercarse.
—Buenas noches, jefe —Guido Mista tenía un vaso de licor a medio acabar y su piel brillaba sonrosada bajo la tenue luz del local.
—Mista —Buccellati tomó asiento a su lado en la barra—, Ghirga dijo que lo abandonaste en medio de su ronda. Al menos podías avisarle a dónde te dirigías —Guido lo observó divertido—. ¿Qué?
—¿No has venido para llevarme de regreso?
Buccellati negó con la cabeza y alzó una mano, señalando al cantinero que se acercara.
—Eres un adulto, así que puedes hacer lo que te venga en gana —Bruno decidió quitarse el abrigo y pidió un vaso de ron antes de regresar su atención a su compañero—. Pero, como mi subordinado, deberías recordar que soy directamente responsable por tus acciones.
—¿Uh?
—Narancia también me contó que te uniste a un grupo de hombres sospechosos –cuando Guido trató de apartar la mirada, Buccellati sostuvo su rostro y lo acercó al propio—, aunque, por lo que veo, estás solo —finalmente lo liberó.
Mista entonces se rascó la nuca, de paso moviendo ligeramente su gorro. Tomó otro trago de licor antes de hablar.
—Ah, ésos tipos… Sí… Están por allá atrás —indicó con pereza a una puerta que, si Bruno no se equivocaba, llevaba a la callejuela donde iban a parar los desperdicios—. Fueron unos suertudos, ¿sabes?, ya que Narancia no me siguió.
—¿A qué te refieres? —el cantinero pasó frente a Bruno para dejar su bebida y apenas se alejó unos pasos para limpiar una jarra. Mista puso un codo sobre la barra y sostuvo su mentón con el puño al mirarlo; contrario a su actitud previa, no había rastros de alegría o torpeza causados por el alcohol en su rostro.
—Te estuvieron insultando, todo el camino hasta llegar aquí —al mayor le tomó un momento entenderlo.
—Ah —tenía sentido, el decir que tuvieron suerte, puesto que Narancia a su líder tenía en muy alta estima y cada que oía a alguien hablar mal de él, se enfurecía al instante. Usualmente ocurría con civiles molestos por una u otra cosa sobre la cual Bruno no tenía verdadero control, por lo cual Narancia sabía que debía contenerse, pero, con otros mafiosos la historia era distinta—. ¿Debo hablar con Polpo sobre esto? —cuestionó frunciendo el ceño, no porque le molestara la postura que Mista insinuaba haber tomado (era casi halagador que luchase en su nombre), sino por el territorio, ya que si Bruno se encontraba allí, en ése bar, y estaba siendo bien recibido, eso solo podía significar que...
—No te molestes, ellos lo harán —vació su vaso de licor—. Lo acordamos todo antes de enfrentarnos, y tengo testigos —añadió observando al cantinero, quien sonrió en su dirección, sin la más mínima pizca de temor en sus facciones.
—En serio hacían un trabajo terrible por aquí, ¿no es así? —Buccellati no pudo contener esa duda.
—El peor —respondió el empleado con tristeza, desviando la mirada hacia el otro extremo del local donde un muchacho, que apenas podía considerarse adulto, limpiaba los restos de comida sobre una mesa; tenía vendas en un brazo y un moratón notable en el rostro, pese a todo, lucía feliz y sin ánimos para quejarse. Los gángsters también lo observaron, luego se vieron entre ellos.
—Felicidades, Mista. Te has ganado un aumento —dijo sonriente el mayor.
—¿De veras?
—Por supuesto. Ahora tienes el triple de trabajo, serás el encargado principal de esta zona después de todo —Buccellati acabó su ron de un solo trago antes de levantarse—. Ve a dar una vuelta antes de regresar, no quiero basura estorbando el paso por mi territorio, ¿entendido?
Guido ya no lucía tan animado como unos segundos atrás, pero sabía que debía ser consecuente con sus actos. Buccellati se abrigó una vez más, ocultando su traje blanco casi por completo.
—Si la encuentro, ¿debería ir al río o al campo?, ¿o quizás arrojarla a los cuervos? —Bruno puso una mano en su cintura y otra bajo su mentón, pensando, o fingiendo que lo hacía.
—Sorpréndeme —concluyó antes de dar media vuelta e irse por donde llegó, sin aguardar una respuesta.
Guido no apartó su vista hasta que la luz de las farolas dejó de mostrar su silueta, probablemente su jefe había volteado en algún cruce.
Entonces, suspiró.
—¿En serio ha venido solo por eso?, no se ha quedado ni cinco minutos —se quejó.
—¿Gusta otro trago? —ofreció el cantinero. Mista sacudió la cabeza.
—No gracias, ya lo ha oído, tenemos trabajo que hacer —como él había salido de ronda en la tarde, y la temperatura aún era cálida, simplemente llevaba puesto su top usual, lo cual dejaría su estómago congelándose por el frío al salir. Pero no habría problema si se apresuraba a terminar.
—Por supuesto, vaya con cuidado.
—Uh, claro —resultaba extraño que alguien se refiriera a él con respeto sin estar Buccellati alrededor. E incluso así, al que solían respetar era el jefe de su grupo. No podía decir que el sentimiento de gratitud hacia su persona le disgustara, pero no era algo a lo que quisiera acostumbrarse. No todavía, como mínimo—. ¿Sabe, maestro? —se puso de pie y siguió el rastro de Bruno—. Ese jefe mío tiene que convertirse en Don algún día, y yo quiero estar a su lado cuando eso ocurra —antes de abrir la puerta, dio media vuelta y agitó la mano con una sonrisa.
Una vez fuera, se sorprendió de no sentir el frío nocturno, hasta que recordó que llevaba una buena cantidad de copas encima.
En serio debía apresurarse.
2. When they played I’d sing along
—Ey, ¿no va siendo hora de que te tomes un descanso?
Buccellati abrió los ojos.
Mista estaba frente a él con una sonrisa extraña y una mano sobre su hombro derecho. Bruno adivinó que su compañero acababa de regresar a la casa, a su casa, la cual todos compartían.
—¿Qué hora es? —empujó la mano ajena lejos de su hombro. Mista desvió la mirada.
—Pasadas las tres.
—¿En serio? —Buccellati suspiró. Se había dormido en el sofá mientras acababa de leer unos informes que Polpo solicitó, y ni siquiera estaba seguro de haberlos finiquitado todos antes de cerrar los ojos—. Iré a tomar una ducha.
—¿Y luego irás a dormir?
—Debo estar en la prisión a las seis —se puso de pie, pero Mista se plantó frente a él. Entonces lo notó, la suya era una sonrisa de lástima—. Dormiré cuando regrese —Guido alzó las cejas, y su expresión no tardó en cambiar a una de alegría.
—Te acompaño.
—No es necesario —Bruno lo evadió con una palmada en el brazo y se dirigió hacia las escaleras.
—Eso ya lo sé —alcanzó a oír desde arriba.
—Haz lo que quieras —no era como si él fuese a impedírselo—. Pero antes, quítate esa peste a alcohol.
Podía sentir la sonrisa de su compañero en su espalda. Siempre era así. Con su talento, con su Stand, Buccellati estaba seguro de que Guido podría haberse vuelto un gran guardaespaldas si hubiera tomado otras decisiones en su vida.
«Piensa en tu propia vida un poco también, ¿quieres?» fue toda la respuesta que obtuvo cuando se lo comentó. Buccellati ya sabía que su vida era una prisión en la cual él mismo se metió, siguiendo el reconfortante sonido de las promesas del capo sobre que su padre estaría a salvo. Ahora, su padre estaba muerto y él debía continuar trabajando con una panda de narcotraficantes y asesinos.
No le agradaba en demasía pensar en su propia vida.
—Narancia —se encontró al muchacho durmiendo en su cama. Tampoco había podido mantener a ese chico fuera de su mundo, pero, fue su elección involucrarse. Se acercó a él—... En serio eres un idiota —tomó las sábanas desparramadas sobre el colchón y lo cubrió apropiadamente.
«Al menos recordó quitarse los zapatos esta vez» observó al chico dormir plácidamente un rato antes de ir hasta su guardarropa. Con su traje y una toalla en brazos, regresó al piso inferior. No vio rastro de Mista, ni siquiera al pasar frente a la cocina.
«Habrá salido» supuso. Bruno sabía que a su amigo le gustaba tomarse libertades de tanto en tanto, sobretodo cuando el trabajo escaseaba, pero a veces le preocupaba que anduviese de bar en bar sin cuidado; no es que tuvieran enemigos latentes, y sería estúpido que alguien decidiera meterse con ellos en su territorio, pero, dentro de Passione Buccellati conocía a más de un estúpido que podría actuar sin cuidado. Incluso el iniciar una pelea sin motivo podría dejarlos con mal pie frente al capo, y esa no era precisamente una idea que lo fascinara.
Giró el grifo y dejó correr el agua para que se adecuara y, una vez la temperatura le pareció apropiada, se quitó la camiseta. Entonces se sobresaltó al sentir el frío, no de la habitación, sino de aquello que se posó sobre su cintura. Un par de manos. Y el olor a buena cerveza, aunque esa cualidad no resultaba importante, pues a Bruno todas las cervezas le parecían asquerosas.
—No me esperaste. Qué malo —pero, era demasiado tarde (o temprano) para molestarse, así que Buccellati dio media vuelta entre los brazos de su compañero y, teniéndolo cara a cara, tiró de sus orejas—. ¡Oye!, ¡no!
Como tampoco entraba en su plan despertar a Abbacchio o a Fugo, Bruno soltó las orejas de Mista en cuanto las manos de éste se retiraron de su espalda. Contuvo una risa ante la expresión dolida de su amigo.
—¿A ésto te referías con lo de acompañarme? —entonces el muchacho de ojos negros, que solo llevaba una toalla en la cadera para cubrirse, sonrió mostrando los dientes.
—No, pero se me ocurrió que sería mejor ducharnos juntos, ya sabes, para ahorrar agua.
—No necesitamos ahorrar.
—Quiero ahorrar.
Buccellati negó con la cabeza y apuntó al lavabo.
—Me adelanto, y tú, primero te lavas esa boca, ¿capisci? —Bruno volteó hacia el agua que continuaba corriendo y dio un par de pasos antes de recordar que previo a entrar debía quitarse el pantalón.
—Bene, bene —escuchó decir detrás suyo.
Dudó un momento antes de bajar su ropa interior pero se dijo que Mista era así, disoluto; o eso mencionó Fugo algún día. Bruno conocía a muchos tipos mujeriegos en su zona, que día a día veía pasear junto a una chica distinta, y usualmente esas mujeres acababan molestas con ellos; pero Guido tenía su encanto, las veces en que lo vio involucrarse con mujeres, éstas siempre terminaban contentas por el simple hecho de haber podido estar con él.
No tardó en averiguar la diferencia: Mista no hacía promesas que no fuera a cumplir. Al contrario de los otros tipos que juraban darlo todo por una chica con la cual solo buscaban pasar un buen rato.
Suspiró al sentir el agua tibia en sus músculos. Metió la cabeza bajo el agua y no tardó mucho en sentir el calor por toda su piel, hasta ese momento ni se había percatado de lo fría que estaba la noche. Se quitó el agua del rostro y abrió los ojos, Mista lo estaba observando, unos pasos al frente. Por un segundo se sintió apenado, al siguiente giró la cabeza hacia la derecha y se alejó del agua cayente.
—Entra —Mista obedeció, mientras tanto Bruno buscaba el tarro de champú. Frotó la crema contra su cabeza. Dudó una vez más pero, ante la sonrisa y asentimiento del más joven, tomó otro poco de producto y se acercó a él—. Pareces un niño —mencionó en lo que rascaba su cabello, formando pequeñas pirámides por aquí y por allá.
Al oírlo, Guido se enderezó y el agua comenzó a retirar la crema de su cabeza. Hizo una mueca mientras esperaba a que se limpiara para poder abrir los ojos. Bruno sintió una sonrisa temblar en sus labios, seguro de que el otro intentó alardear del único centímetro de altura por el cual lo sobrepasaba, fallando miserablemente.
—¿Y eso porqué? —cuestionó al alejarse del agua.
—No sabría decir. Quizás fue la cara que pusiste —Bruno ocupó el lugar bajo la regadera.
—¿Oh? ¿Qué cara puse?
—...Como si te estuvieras divirtiendo —contestó luego de pensarlo un poco.
—Bueno, eso es porque lo hago —admitió su amigo—. Siempre te duchas con Narancia o te bañas junto a Fugo. Es raro, pero se siente bien tener un poco de la atención del jefe de vez en cuando. Los envidio —todavía lavando su cabello, Buccellati se preguntó si aquello podía tener algo que ver con que los dos mencionados y el mismo Guido fueran más jóvenes, un asunto generacional, porque Abbacchio jamás había pedido compartir el aseo con él.
—¿Es así? —Mista asintió y le pasó la pastilla de jabón.
Una vez aseados, Bruno se dirigió al lavabo para barrer la humedad en el espejo mientras su amigo pasaba el secador por el piso, silbando una cancioncilla que a Buccellati le sonaba conocida aunque se veía incapaz de ubicar.
En un momento, Mista se puso sus bóxers y pantalón, y salió prometiendo que volvería enseguida. Bruno no le prestó mayor atención y terminó de secarse para poder vestirse también. Acababa de subir la cremallera de su pantalón cuando algo cayó sobre su cabeza, un par de manos no tardaron en moverse sobre la tela, frotando su pelo.
—Te lo debía —escuchó apenas.
—Claro, grazie —finalmente sonrió. Cuando Bruno era pequeño su madre, y luego su padre, siempre se tomaban la molestia de secar su cabello cuando acababa de bañarse, y entonces hablaban de qué tal habían ido sus días—. Regresaste temprano hoy —cuando Mista salía «de fiesta» no solía regresar a casa hasta que, como mínimo, saliera el sol.
—Sí, lleve a una chica hasta su casa porque ya estaba pasada de copas, era pelirroja y muy hermosa. Pensaba tirarmela —rió—, pero, se durmió apenas la dejé sobre la cama. Así que regresé.
—Oh.
Guido se movió para quedar frente a él antes de quitar la toalla de su cabeza y colocarla sobre sus propios hombros.
—Ya está —anunció orgulloso. Bruno alzó una ceja.
—Gracias —tomó la tela que se encontraba junto a su traje y comenzó a buscar la unión del encastre—. Aún debo mirar esos papeles una vez más, así que saldremos pasadas las cinco. Puedes tomar una siesta si quieres.
—No gracias —al notar que Bruno tenía dificultades con el broche de la tela en su espalda, Mista se acercó a ayudar—. No me despertarás si me duermo —añadió. Bruno no pudo decir que estuviera equivocado—. Además creo que Número Cinco tiene hambre, Número Tres no lo dejó en paz durante la cena. Mientras sigues con esos papeles, haré algo para picar —con una palmada en su espalda le indicó que la tela ya estaba ajustada.
—Como quieras —Bruno tomó su chaqueta y salió del cuarto.
Mientras repasaba los informes, Bruno pudo escuchar a Mista tararear la misma canción que antes silbaba. Era una canción de amor, de esas que le gustaban.
3. How I wondered where they'd gone
Guido Mista entró en la habitación sin avisar de su llegada primero.
Y esa habitación era la oficina de su jefe.
Pero no resultaban ser detalles importantes. Primero, porque Giorno Giovanna no se encontraba allí, sino en el jardín, tal como se lo indicaron los empleados de la casa en cuanto llegó. Segundo, porque Giorno no se habría molestado, ni siquiera se habría inmutado por sus malos modales de haber estado allí, sentado en su trono. La actual cabeza de Passione siempre sabía cuando alguien entraba o salía de su hogar, sin importar qué tan sigilosa fuera esa persona.
Había un tercer motivo, probablemente el más relevante, y era que Giorno le dio indicaciones de regresar a verlo apenas concluyese su tarea.
«No debe tardar» se dijo. Sacó su pistola del cinturón y la dejó sobre una pequeña mesa junto a un sillón individual, el cual también decidió ocupar. Se dedicó a mirar por la ventana, al jardín interior de la mansión, esperando encontrar a un muchacho rubio cuidando de sus plantas.
Pero no vio a nadie allí.
—¿Cómo fue todo?
Mista giró la cabeza hacia el asiento que Giorno usaba cada vez que recibía a sus visitas. Pasaba tan regularmente que dejó de sorprenderse la octava vez que ocurrió (la cuarta, casi tuvo un paro cardíaco). Ni siquiera lo oyó entrar.
—Podría decirse que bien —rascó su nuca—, eso claro, dependiendo de qué era lo que esperabas que ocurriese —no había forma de que Giovanna pudiera haber predicho todo lo que iba a ocurrir, de éso Guido estaba seguro. Pero el rubio no parecía conflictuado en buscar una respuesta, simplemente sonrió de aquella manera tan escalofriante que guardaba mil secretos a la vista.
—Espero no haber contactado a Cannolo Murolo en vano.
«Por supuesto» esa respuesta no decía lo que Mista esperaba oír, pero era suficiente para que lo comprendiese; las expectativas que Giorno tenía puestas en Fugo eran más altas que las suyas propias.
—Entonces sí, todo fue bien —Guido ya no tenía nada en contra de Pannacotta. Literalmente pasó semanas pensando y hablando con Giorno sobre la decisión que tomó, cómo era el personaje que él se había formado de aquél chico en el año que estuvieron juntos bajo el mando de Buccellati; nuevamente, por qué Fugo decidió lo que decidió y no otra cosa y qué debían hacer con él—. Si quieres los detalles, los chicos de Speedwagon deberían poder explicarlo mejor que yo. No estoy seguro de poder recordarlo todo con claridad —más bien, no deseaba dar un reporte subjetivo. Ni siquiera estaba seguro de cómo se las apañó para no disparar. Estaba seguro de que incluso llegó a ser cruel con su viejo compañero—. ¿Damos la reunión por terminada?
Giorno asintió.
—Necesitaba escucharlo de tu boca primero. Seguiré tu consejo y les preguntaré más a ellos, puedes ir a descansar.
—Gracias, jefe —se levantó del sillón y tomó su pistola—. Ah, casi lo olvido. Buona giornata, Giogio.
—Grazie —oyó a su espalda al salir de la oficina.
Una vez cerró la puerta, se detuvo a respirar. Tenía la tarde libre. Podía hacer lo que quisiera. Ir a un buen restaurante, quizás visitar la tienda de música, o simplemente salir a dar una vuelta… Lo primero que quería hacer era salir de esa mansión. Su tarea ya estaba hecha y si su elección, la elección de Giorno, finalmente resultaba ser la correcta o no, eso era secundario y nada sobre lo que él pudiera tomar acción; porque, aún si no quería hacerlo, siempre acababa confiando en el juicio de Giovanna.
—¡Tantas posibilidades! —suspiró una vez fuera, y alzó su pistola, desbloqueando el tambor—. ¿Tienen hambre, chicos? —esperó a que sus Pistols asomaran las cabezas por aquellos huecos entre las balas y el metal, pero pasado un tiempo ninguno apareció—. Oigan. Sé que lo de hace un rato fue desagradable pero jamás los habría hecho acercarse a esa cosa, lo saben, ¿no?
—Mi-Mista… —oyó la voz temblorosa de Número Cinco, que poco después salió de su escondite—. Yo… Ellos… ¿Te encuentras bien?
—¡Por supuesto! ¿Por qué no habría de? —habló un poco más alto de lo que planeaba. Una niña que andaba por allí paseando a su perro se detuvo y se quedó mirándolo desde el otro lado de la avenida. La miró de regreso, frunciendo el entrecejo. Después de un rato sin que ninguno bajara la vista, el perro ladró y la niña le regresó su atención, ambos marchando en dirección a la plaza—. Genial —murmuró Mista. En realidad estaba aliviado de que no hubiera sido un adulto quien lo viera, pues eso sí que habría sido incómodo.
—Mista —Número Cinco se aferró a su pulgar—... Los chicos están cansados, estuvimos despiertos desde las cinco—. Guido se extrañó, estaba seguro de que los había retirado en cuanto su conversación con Fugo terminó—. Qui-quiero unos cantuccini, estoy seguro de que los otros estarán mejor para la cena.
—Bien —aseguró su pistola y la regresó a su cinturón—. Quédate aquí —susurró, acercando su mano a su cuello. Número Cinco aprovechó para sentarse sobre su hombro.
Era extraño. Tampoco lo entendía del todo.
Precisamente por eso rara vez pensaba en ello, pero, Sex Pistols era su Stand, su único Stand. Aquellos usuarios con Stands múltiples, según unos investigadores de Speedwagon, eran capaces de dejar a sus amigos, o valores, de lado en favor de sus vicios o codicia. Pero también según ellos, su Stand era especial, único, pues rara vez los múltiples consistían de un número tan limitado (seis), sino que rondaban los treinta para arriba. Además, los otros solían obedecer a sus usuarios al pie de la letra, en cambio Sex Pistols siempre requería de incentivos, amenazas, e incluso se excusaba en necesitar ser alimentado y tener sus buenas horas de descanso. Lo llamaron «único» por ser tan «extraño».
Con una bolsa llena de cantuccini recién horneados en mano, Mista continuó andando. Sacó una de las galletitas y la partió antes de ofrecerle un trozo a Número Cinco, que lo tomó emocionado. Agarró una galleta entera para sí mismo.
—Cinco —murmuró después de un rato—, ¿acaso tengo mal aspecto?
—¿Mista?
—Antes preguntaste si me encontraba bien, dime pues, ¿por qué no debería estarlo?
Su Stand continuó mordiendo el cantuccini y solo cuando lo acabó, se preparó para responder.
—¿Quieres ir a verlo?
Era estúpido. Su Stand no era un amigo con conciencia propia, cualquier pregunta que se hicieran el uno al otro, ya conocían la respuesta. Ver a Pannacotta fue un golpe emocional muy duro, y detestaba admitirlo. Abbacchio, Narancia, Buccellati, sus tres mejores amigos, ya no estaban a su lado; Trish buscaba desligarse de la mafia, Polnareff jamás estaba dispuesto a salir de la mansión y Giorno siempre estaba ocupado. De haberse separado en mejores términos, Mista estaba seguro de que se habría lanzado a abrazar a Fugo en cuanto lo volvió a ver, en lugar de mantener la distancia y amenazarlo —muy pese a lo feliz que estuvo cuando oyó que su viejo compañero seguía vivo, aunque se ocultara bajo la fachada de pianista en un bar de mala muerte—.
No necesitaba pronunciarse para que Cinco supiera que su respuesta era un «Sí.»
Guido era un sujeto amigable y odiaba las decisiones serias, por ello tomaba las más simples, a diferencia de Fugo; pero siempre tomando algo en consideración, —números, por ejemplo—, a diferencia de Narancia; por ello no podía decir que sus razones a la hora de tomar aquella decisión fueran las mismas que las de Abbacchio.
Aquella lejana mañana Mista vio dos dilemas idénticos: quedarse junto a tres de sus amigos en San Giorgio Maggiore —lo que los haría un grupo de cuatro—, o, subir a aquél bote con otro de sus mejores amigos, al cual respetaba más que a nadie, y un par de quinceañeros —uno siendo una chica abandonada por la suerte y el otro un muchacho serio que siempre parecía estar seguro de las acciones que tomaba—. El grupo en la superficie se encontraba confundido y aterrado, el grupo sobre el bote estaba determinado a cumplir con su objetivo. El problema de Guido era que no deseaba permanecer en un grupo de cuatro y, si se subía al bote apenas Buccellati terminó de hablar, entonces él sería el cuarto en hacerlo. Abbacchio subió, y fue el cuarto. Fue instantáneo, para matar la mala suerte que vio que les caería, no perdió tiempo en seguirlo. Ya eran cinco y los otros dos, si se dividían así, todo estaría bien.
«Fui un estúpido» pensó de allí en más. No por haber ido con el grupo del bote, sino por no haber mantenido a Abbacchio bajo su guarda en todo momento, él había sido el cuarto, después de todo. «Un inútil» porque la predicción de aquél tétrico escultor finalmente acabó por cumplirse.
Sin importar cuánta suerte tuviera, no pudo cambiar el destino.
Tomó otra galleta, ignorando los sollozos de Número Cinco sobre su hombro.
—¿Tienes tú ganas de ir a visitarlo? —preguntó con una sonrisa. No necesitó ni siquiera de un asentimiento para saber que la respuesta sería un «Sí»—. Entonces tomaremos el tren.
La tumba de Buccellati se encontraba en el cementerio más cercano a la playa donde creció, por decisión de Giorno. Guido no fue capaz de oponerse, pues si la decisión hubiese caído en sus manos, probablemente hubiera sido la misma. Al fin y al cabo, su antiguo capo amaba la costa.
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